¿La llegada de la vacuna contra el COVID-19 al Perú en las próximas semanas, nos dejará más tranquilos frente al riesgo de contagio del temible virus chino? Tal vez no. Basta citar una encuesta de Ipsos Perú, que en diciembre pasado advertía que 40% de peruanos no se vacunaría. Esta cifra es mayor a la de agosto, cuando evidenciaron que el 22% no estaba dispuesto a vacunarse.
Pero, ¿a qué se debe este rechazo? La desconfianza de parte de la población es la principal razón, al punto que el Gobierno desarrollará una campaña informativa a nivel nacional para esclarecer que no hay ningún riesgo sobre la aplicación de la vacuna contra el nuevo coronavirus.
Aquí observamos una paradoja generada por el avance tecnológico. Por un lado, la pandemia propició un movimiento multinacional desplegando todos los recursos disponibles para desarrollar una vacuna —que en condiciones normales toma de 5 a 10 años hasta verificar su utilidad— en solo 8 meses.
Y por otro, el progreso tecnológico que contribuyó a ‘viralizar’ en tiempo récord informaciones en contra de la misma vacuna, con una serie de acusaciones sorprendentes a nivel global. Esto es lo que se denomina como noticias falsas o fake news.
De esta forma se comprueba cómo la tecnología se puede direccionar para determinado fin. Bueno o malo y de acuerdo a los intereses que se busquen. Como sostiene el docente del Departamento de Humanidades de la Universidad Católica San Pablo, Jhony Velásquez Delgado, “la tecnología, por sí sola, no es buena ni mala, es neutra, aunque hay cosas que se crean con determinado fin y pueden distorsionar el sentido de su utilidad”.
La tecnología es parte de nuestra realidad. No podemos prescindir de ella. Está presente en todos los aspectos de la vida del hombre, por lo que pretender ignorarla no tiene mucho sentido. Lo que nos corresponde hacer, aclara Jhony Velásquez, es ponerla al servicio del ser humano y no al revés.
Después de todo —agrega— la tecnología permite mejorar las condiciones de vida de las personas, sin embargo, si no se direcciona y encausa de manera correcta, y se le pone límites, nos llevará por derroteros que no imaginamos.
Velásquez también puso en relevancia, cómo en este contexto de pandemia la tecnología nos ayudó a sobrevivir. Es más, sin ella la crisis económica y social sería más grave. En el mismo desarrollo de las actividades educativas, sin la interconexión digital y aún con los errores naturales del acelerado proceso de aprendizaje para las clases virtuales, no habríamos salido adelante.
No obstante, la tecnología permite acceder a tal cantidad de información (vía Internet) que puede llegar a “intoxicar” a las personas. “Ahora estamos a un clic de cualquier tipo de información, pero no toda está verificada y es cierta. Por eso hablamos de una intoxicación informativa y cómo esta sirve de referencia y se rebota con tanta facilidad”, apunta.
Es por ello, que llamó la atención sobre cómo la dependencia tecnológica nos puede llevar a vivir en un mundo paralelo al nuestro.
“El ser humano tiene cuatro relaciones fundamentales: consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios. Si la tecnología interfiere o distorsiona estas relaciones y nos hace pensar erradamente que somos los que dominamos el mundo y la naturaleza. Entonces nos reducimos a nuestra mínima expresión y nos deshumanizamos”, advirtió.
Incluso, dejó en claro que no debemos olvidar el carácter instrumental de la tecnología. “No podemos pensar que por sí sola nos hará más felices. La felicidad viene en otros ámbitos. La autorealización obedece a otros objetivos. La tecnología puede ayudar a traer satisfacción, pero temporal”, puntualizó.
Jhony Velásquez, se refiere a que el ser humano —como ser relacional— podrá acceder a la felicidad y autorealización plena, si se relaciona consigo mismo, vinculándose de manera adecuada con los demás, en actitud de apoyo y servicio a la sociedad.
Además, si toma en cuenta la relación correcta con la naturaleza, “buscando preservarla, cuidarla y hacerla mejor”, y asegurándose que no solo sea para el disfrute de la generación actual, sino pensando en las futuras generaciones a partir de las decisiones que tomemos ahora. Por último, y no menos importante, “si crecemos como personas a partir de una auténtica relación con Dios, alcanzaremos la felicidad y llegaremos a la autorealización”.