Para nuestros hermanos que viven o nacieron en Afganistán los días difíciles distan de acabar. Al dolor por las pérdidas de seres queridos y los bienes adquiridos (seguramente con mucho sacrificio) ahora se suma la ansiedad e incertidumbre ante la difícil decisión de tener que migrar en procura de una vida digna y libre, en la que sus derechos sean respetados.
Ante la crisis en Afganistán por la retirada de las tropas de los Estados Unidos concluida el 31 de agosto, varios países del mundo, en nuestra región Chile, Colombia, Costa Rica y México, expresaron su disposición de acogerlos. Perú hizo lo propio el día 29 de agosto, mediante el comunicado 014-21 de Cancillería Peruana. Allí confirma la voluntad de trabajar con las agencias especializadas de la Organización de las Naciones Unidas para “acoger a familias afganas que se encuentren en situación de vulnerabilidad.
Celebro este pronunciamiento, pero debo advertir de algunas dificultades para materializar este ofrecimiento, pues no basta con el discurso político. Al decidir acoger a estos migrantes, Perú debe estar preparado. Primero debe contar con una política migratoria integral, holística e intersectorial que permita la integración e inclusión del migrante y su familia en una determinada sociedad y el goce pleno de sus derechos fundamentales. Además, debe contar con normas jurídicas claras y suficientes para su participación en los ámbitos económico, social, cultural e incluso político de una ciudad, provincia o región, a futuro. A esto debe sumar un activo proceso de sensibilización social que promueva esta acogida, protección e integración del migrante, como lo indica el Papa Francisco en su Carta encíclica Fratelli Tutti (Hermanos Todos).
La pregunta es: ¿el Perú está preparado para acoger a nuestros hermanos afganos y procurarles una vida digna en nuestro país? Con pesar debo afirmar que no lo estemos.
El trámite documental no es el problema, pues sería relativamente sencillo permitir el ingreso a nuestras fronteras cumpliendo mínimos requisitos y procedimientos. Lo que realmente preocupa es qué pasa al día siguiente que los migrantes lleguen. ¿Se ha pensado en algún programa de enseñanza del español para ellos?, ¿cómo se piensa abordar el tema del empleo?, ¿habrá una campaña de sensibilización para que la sociedad peruana los acoja en las escuelas, empleos y otros sectores?, ¿tendrán acceso al servicio de salud?
A juzgar por la experiencia reciente del Perú en el manejo de los flujos migratorios regionales y el stock migratorio actual, el panorama no es muy alentador pues nos falta mucho por trabajar en todos los aspectos mencionados anteriores, pero sobre todo, en crecer en solidaridad y empatía hacia quienes vienen de afuera. En este sentido, nuestras autoridades tienen mucha tarea por hacer, pues frecuentemente escuchamos discursos que fomentan la xenofobia y la aporofobia (fobia a los pobres).
Debemos reflexionar y meditar esta grave situación. Si bien la Organización de las Naciones Unidas estableció el 20 de junio como el día para sensibilizar a la humanidad sobre los refugiados y el 18 de diciembre como el Día Mundial del Migrante, lo que pocos saben es que mucho antes, en 1914, el Papa Benedicto XV instituyó el día Nacional del Migrante y del Refugiado cada primer domingo de septiembre. Su propósito fue recordarnos que se trata de personas vulnerables por quienes debemos rezar y, sobre todo, pensar en cómo acogerlos.
Al respecto, cabe preguntar si se trata de un “ellos”, en referencia a los migrantes, o un “nosotros más grande”, como lo señala el Papa Francisco en el mensaje que nos comparte a propósito de la 107° Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, que se realizará el 26 de septiembre.
El migrante es el chico que hace delivery a tu casa, pero también será el hijo de tus amigos (o el tuyo) que se irá a estudiar a otro país. Es tu prima o tío que se fueron a otro país hace algunos años y que decidieron echar raíces lejos de acá. Es tu abuelo o abuela que vino al Perú cargado de sueños y esperanzas, huyendo de alguna guerra o persecución. Eres tú que hoy no estás en el lugar donde naciste. Realmente el Papa tiene razón al afirmar que no se trata de un “ellos” sino de un “nosotros más grande”.Vale la pena aceptar la invitación del Santo Padre y solidarizarnos con las personas que se encuentran en el contexto de movilidad humana, pues, en definitiva, somos fratelli tutti.
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