Por: César Belan
Dice el viejo adagio “No hay nada nuevo bajo el sol” y a pesar de esa mala costumbre de considerarnos ‘especiales’ y pensar que nuestras ideas, fracasos y peligros son únicos e irrepetibles, la historia suele despejarnos de ese espejismo, producto actual de una cultura que asume que todo tiempo futuro es y será mejor.
En ese sentido, la perspectiva histórica permite un rico análisis del presente, acercándose a él con la experiencia que los siglos han aportado a la humanidad en la lucha contra epidemias y plagas.
Aquí un recuento de las pandemias que más estragos causaron a la humanidad en unas breves líneas, esperando que cada lector reflexione sobre sus particulares características y efectos, y cómo ellos se asemejan a nuestra actual crisis de salud.
La más antigua plaga que la historia recuerda con cierta profusión –es decir, ha documentado con cuidado– es la peste de Atenas. Fue descrita por Tucídides, quien –como Sócrates– sufrió sus embates y sobrevivió para contarla.
La plaga asoló a la célebre ciudad entre los años 430 al 426 a.C., en plena Guerra del Peloponeso. Justamente, el déficit alimentario y el hacinamiento de la población en la ciudad, como consecuencia de la guerra, fue causa de su mayor letalidad. Entre sus víctimas podemos contar ni más ni menos que a Pericles, uno de los más grandes líderes de Atenas e impulsor de la guerra contra Esparta, que al final agudizó la enfermedad.
Según Diodoro de Sicilia, la plaga cobró la vida de un tercio de la población. Los relatos de Tucídides nos presentan un cuadro patético; gente lanzándose a los pozos de agua para apagar la sed provocada por la enfermedad, muertos abandonados en las calles y sepulturas rebosantes de cadáveres.
Justamente, en el 2002, un grupo de arqueólogos griegos excavaron una fosa común repleta, desordenada y pobremente adornada, datada en tiempos de la epidemia. En el análisis de ADN de las piezas dentales encontradas en la sepultura, se encontraron rastros de Salmonella Typhi, el agente desencadenante de la fiebre tifoidea. Otros investigadores sugieren que por los síntomas descritos por Tucídides, el tifus o la viruela pudieron haber causado la plaga.
El Imperio Romano, que acercó a los pueblos como nunca se vio antes y generó una ‘globalización’ del comercio y las costumbres en la antigüedad, también fue blanco de diversas plagas. Tito Livio, Tácito, Suetonio y Flavio Josefo fueron cronistas de episodios de epidemias en este periodo.
Pablo Fuentes, al respecto señala que “la primera gran plaga de la que tenemos noticia, data de la época de Marco Aurelio”. Esta se difundió desde la Partia de los Arsácidas por las tropas romanas que asediaban Seleucia en el verano de 165. Otra gran peste se desarrollaría en tiempos del emperador Treboniano Galo (251-253).
No obstante, la mayor plaga en tiempos del Imperio Romano se desarrolló en el ocaso del mismo. Hablamos de la plaga de Justiniano del 500. Las fuentes refieren que un 20% de la población mediterránea falleció a causa de la peste bubónica (alrededor de 30 millones de personas). La plaga habría llegado de oriente (como en la mayoría de las pandemias), quizás desde las estepas de Mongolia. La crisis que generó esta epidemia debilitó el imperio de Justiniano, acelerando su declive y propiciando la invasión de los pueblos eslavos.
La peste negra de mediados de 1 300 es considerada la más catastrófica de las pandemias que sufrió la humanidad. Fue muy estudiada y sin embargo, sigue fascinando a historiadores como lo hizo con Le Goff y Delumeau, quienes resaltaron el cambio cultural que se desarrolló en torno a ella.
El arte fue impactado por la epidemia y se originaron nuevos géneros y tópicos como la danza macabra o el ‘Ars morendi’, que se enfocaban obsesivamente en la muerte (como actualmente todo el arte popular viene marcado de alguna u otra manera por el sexo, como ejemplifica muy bien el reggaetón). Delumeau incluso afirma que el cisma protestante de Lutero se origina por la superstición en que cayó la población (deformando el culto tradicional) por miedo a la muerte. De lo que sí estamos seguros es que también provino de oriente y que mató a un tercio de la población europea. Son desgarradores los cuadros que, en el Decameron, describe Bocaccio sobre la peste en Florencia; cerdos comiendo cadáveres en las calles y ciudades abandonadas al robo y el libertinaje.
Otra gran crisis sanitaria —al nivel de las anteriores— fue la catástrofe demográfica que se produjo luego de la conquista europea de América. Hasta hoy hay un debate profuso entre especialistas sobre las cifras.
Noble Cook y Borah señalan que el despoblamiento llegó al 90%. Rosenblat, por su parte, señala que no llegó al 25%. Más allá de esto, es incuestionable la crisis producida por las sucesivas oleadas de enfermedades que llegaron de Europa desde el descubrimiento de América.
Hablamos de viruela (1519), sarampión (1530), gripe, tos ferina, y un gran etcétera. Todo el siglo XVI fue testigo de este despoblamiento acelerado, producto del contacto con virus y bacterias desconocidos por parte de una población sin inmunidad. Esta catástrofe, según los estudiosos, sería una de las más importantes variables del triunfo de los europeos conquistadores, quienes de manera no consciente o deliberada (como sí lo harían después ingleses, estadounidenses y argentinos) se beneficiaron de una ‘conquista biológica’.
Son insuficientes estas líneas para agotar un recuento simple de las pandemias que atacaron a la humanidad. Nos quedan muchas, como la mal llamada ‘gripe española’, brote de influenza surgido en Rusia y difundido en embarques militares al final de la Primera Guerra Mundial en Francia. Sin embargo, las constantes entre las epidemias son patentes y esperamos, las lecciones también.
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