Hace algunos días, después de los partidos de la selección de Perú, aparecieron en las redes una serie de memes del jugador de fútbol italo-peruano, Gianluca Lapadula, con la frase “no te merecemos”. Este jugador, nacido en tierras extranjeras, pero de ascendencia andina, ha mostrado una serie de virtudes en el juego que, al parecer, la conciencia popular echa en falta.
La entrega, la lucha, la paciencia, las buenas decisiones y el compañerismo han catapultado la imagen de este jugador que, por un lado, nos recuerda valores fundamentales del deporte y de la vida, y por otro, nos echa en cara algunas de nuestras falencias como sociedad.
Lapadula proyecta una imagen de sí mismo, pero al mismo tiempo, con sus virtudes, manifiesta el tipo de sociedad que anhelamos y los defectos que nos reprochamos. Esta imagen que proyectan los deportistas sobre los valores que perciben los hombres en la sociedad a la que pertenecen no es algo nuevo. Me atrevería a decir que más bien es algo propiamente humano, es decir, en el juego el hombre ha reflejado siempre su carácter.
Históricamente el deporte en general no ha sido solo diversión, sino fundamentalmente el espacio donde los hombres de virtud mostraban su heroicidad. Los griegos han dejado bastante claro este asunto al alumbrar al mundo con la antorcha olímpica que llevaban los mejores, aquellos merecedores de subir al olimpo de los dioses y de llevar el fuego que nos representa como hombres. En otras palabras, con la creación de unas olimpiadas en donde aparecían en escena aquellos dignos de imitar por su disciplina y capacidad de sacrificio.
Quizá en la tradición contemporánea del deporte esto se ha perdido un poco, aunque nuestros anhelos humanos manifiestan que reclamamos un poco más de una realidad que nos interpela en cuanto hombres y que refleja un poco nuestra identidad y de la sociedad en la que desearíamos vivir.
¿Quiénes somos como sociedad? ¿Cómo entender mejor nuestras propias virtudes y carencias? ¿Cómo alcanzar aquello que aspiramos y que nos permitimos pensar que no merecemos? Más personal aún: ¿quién soy y cuál es mi rol en este juego en equipo que es la vida? ¿Cómo quisiera aportar desde mi propia situación personal, social y cultural?
Son todas preguntas que nos hacemos como seres concretos en la historia, pero además que se avivan ante la incertidumbre que nos causa los acontecimientos sanitarios, sociales y políticos que se viven en el mundo. Habría que empezar a responderlas reflexionando críticamente por sí mismos y sobre nosotros mismos. Quizá antes de solventar los problemas del mundo —que para algunos no tienen espera—, tenemos que entender mejor quiénes somos y cuáles son las dinámicas en las que se desenvuelve nuestra vida en el tiempo contemporáneo.
Convencidos de todo lo anterior, con un grupo de profesores de la Universidad Católica San Pablo, hemos querido seguir proponiendo a las personas de a pie y a la academia universitaria un diplomado de Antropología Cristiana que empieza el 20 de julio.
Es un programa centrado en la persona humana que puede ayudar a entender mejor la realidad del mundo. Un espacio para pensar críticamente la realidad del ser humano, guiados por grandes pensadores de la filosofía y la teología que han abordado con profundidad las preguntas fundamentales de la existencia.
Quisiéramos con este programa que nuestra sociedad no sólo desee merecer el sacrificio, el sentido de pertenencia y la entrega de algunos que consideramos mejores, sino que esas virtudes que anhela se conviertan en su propio estado de vida. Dicho de otra forma, que no sólo las anhele, sino que las viva. Quizá con muchos jugadores como Lapadula, el equipo, la sociedad, nuestros países y nuestro mundo, serán mejores, más justos, más solidarios y más abiertos a la fe.
Arequipa, 08 de julio de 2021.