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El discurso identitario y reivindicador del presidente Castillo

Alejandro Estenós Loayza
Docente de Humanidades de la UCSP

Muchos expertos y analistas políticos, coinciden en señalar que una de las razones que llevaron al poder a Pedro Castillo —además de la evidente insatisfacción y el hartazgo con una clase política corrupta e ineficiente— fue la de saber canalizar la representación política de gran parte del sector popular de la población —no solo rural sino también urbano marginal— que demandaba una¬ mayor consideración simbólica para el reconocimiento del particular modo de ser cultural que los caracteriza.

En efecto, es mérito del presidente Castillo, antes que del partido que lo acoge, el haber conectado políticamente con la aspiración de reconocimiento identitario de la población ‘periférica’ de nuestro país y que en las últimas décadas se ha fortalecido, en parte, por dinámicas internas vinculadas con la descentralización y las movilizaciones sociales, y también, por las dinámicas externas que la globalización y los ‘localismos originarios’ imprimen en la cultura mundial.

Sin embargo, es sabido que la conexión política con dicha aspiración es sensible de perder sustancia y eficacia cuando no está conectada con la ‘verdad de las cosas’ que la sostienen, corriendo el riesgo de volverse una ideología que, en un sentido, es la subordinación de la realidad y la verdad a un ideario preconcebido de transformación política y social.

Lamentablemente, este parece ser el caso de Castillo, que en la primera parte de su discurso presidencial, desaprovechó la oportunidad para proponer un verdadero y consistente sustento histórico y cultural para las aspiraciones identitarias de los pueblos que representa.

Por el contrario, se aventuró a repetir una retahíla de imprecisiones y ficciones históricas que tienen escasa consistencia —no solo académica— para describir y comprender la cultura peruana (basta mencionar la antinomia del mito mariateguista del paraíso socialista del incario versus la dinámica exclusivamente expoliadora del virreinato).

En realidad, no podía ser de otra manera, pues el ideario de renovado cuño socialista e indigenista que sostiene su propuesta política, necesita de una lectura conflictiva y reivindicativa de la historia como gatillador para el cambio y la transformación social, estando dispuestos a sacrificar en el altar del progresismo igualitario, la objetividad y la verdad histórica de los pueblos.
Tales lecturas ideológicas no pueden sino conducir al fracaso, no solo de este sino de cualquier proyecto político de reivindicación identitaria y, consecuentemente, al descalabro del bienestar material de la población.

Por si quedaran dudas al respecto, baste traer a la memoria colectiva, algunas experiencias históricas como la del fracasado experimento socialista del gobierno militar de Juan Velazco Alvarado o más aún, la de la traumática y devastadora experiencia provocada por el terrorismo a finales del siglo pasado.

En ambos diseños políticos, la atención sobre el aspecto histórico y cultural de los pueblos, quedaba subordinada e instrumentalizada con distintos grados de violencia y polarización, a las dinámicas de la revolución social que impulsaban y que, precisamente por ello, remataron en proyectos reformistas fallidos.

Así las cosas, no se explica la persistencia en la deformación histórica y cultural si no es por la voluntad política de prolongar sus yerros y ficciones necesarios para alimentar sus presupuestos ideológicos.

La cultura peruana actual, es el resultado de un complejo proceso de síntesis de varios universos culturales que iniciaron en el virreinato y que no se detuvieron en periodos posteriores, forjando, en medio de las grandezas y miserias de la condición humana, una comunidad de sentido, de valores, de tradiciones compartidas y de diversas expresiones. Una matriz cultural a la cual aún podemos apelar para superar los profundos desgarros que las élites ilustradas —en sus diversas vertientes ideológicas— han generado a lo largo de la vida republicana, y de este modo, enfrentar convenientemente los graves desafíos sociales y culturales del presente y del futuro.

Sin un reconocimiento cabal de esta realidad —es necesario insistir—, el verdadero Perú seguirá escondido para toda iniciativa política de carácter reformista y reivindicativa, incluida la del señor Castillo, y con ello, está anunciado su inevitable y glamoroso fracaso.

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