César Juárez Díaz, tenía una deuda de 100 soles a sus 23 años. Era el año 2013 y cursaba el quinto semestre de la carrera de Ingeniería Informática (hoy Ciencia de la Computación) en la Universidad Católica San Pablo.
Esa necesidad económica le obligó a emprender y le animó a colocar un aviso en un grupo de redes sociales ofreciendo sus servicios, y la de su ‘equipo’ —que no tenía— como desarrolladores para Latinoamérica.
Apselom fue el nombre que eligió para mostrarse al mercado y no esperó mucho para recibir la llamada de un empresario italiano que quería corregir su plataforma web.
Le explicó lo que necesitaba y César le aseguró que podía hacerlo. “me preguntó cuánto le iba a cobrar y yo solo tenía en la cabeza mi deuda de 100 soles, así que le pedí 40 dólares. Luego me dijo si estaba seguro y le confirmé la cifra. Finalmente me pagó 200 dólares”, recuerda con cariño.
Así llegaron más clientes que le solicitaron aplicaciones, plataformas web y demás productos, que junto a su ‘equipo’ pudo entregar. La demanda de trabajos lo obligó a convocar a su amigo Jorge García, para asumir nuevos proyectos y hasta alquilaron una oficina en Héroes Anónimos.
Un poco más encaminados, hicieron algunos trabajos para crear aplicaciones a empresas de Colombia y México, pero luego de entregar los productos nunca les pagaron. “Eso nos chocó, pero no nos desanimó y nos sirvió para formalizar los contratos con los clientes y que no vuelva a sucedernos, pero a raíz de esa situación, se presentaron nuevas oportunidades para apoyar y trabajar con empresas locales, nacionales e internacionales de México y Miami”, precisó.
El 2016, Apselom se unió a la Incubadora de negocios Kaman, de la Universidad Católica San Pablo, primero como desarrolladores de otros emprendimientos y desde el 2019 como “empresa alojada”.
Así pasaron algunos años potenciando Apselom y posicionándose en el mercado de los desarrolladores. En 2020 estaban tentados a seguir nuevos proyectos, pero surgió la pandemia y aunque los puso en aprietos, finalmente fue una oportunidad pues hizo que la tecnología se dinamice.
“La necesidad por digitalizar procesos durante la pandemia favoreció a Apselom. Precisamente este año nos contactaron de BioPark en Brasil [uno de los parques tecnológicos más grandes de Latinoamérica], para conversar sobre una residencia empresarial y asumimos el reto, ahora sí, con todo nuestro equipo”, precisa.
Apselom es una fábrica de software. Para Biopark, eso no es nada nuevo pues la mayoría de compañías se dedican a eso, sin embargo, la empresa arequipeña destacó por su cultura corporativa y la confianza que depositan sus clientes para cada proyecto, y es que, no solo entrega un producto al cliente, prácticamente genera un vínculo familiar.
“Al final somos parte de su equipo. Sufrimos y nos alegramos con ellos. Siempre estamos pendientes del proceso y si lo que hicimos está funcionando o necesita una mejora. Es como si compraras un producto y luego te llaman los dueños para ver si funciona como lo esperabas. Eso en realidad no sucede, pero nosotros intentamos hacerlo”, explica.
Obviamente el desarrollo de software que realizan, es de alta calidad y exportación, lo que fue corroborado por Biopark y confirmado por sus clientes nacionales e internacionales. “Actualmente Arequipa está creciendo tecnológicamente, tanto en la implementación como en el desarrollo. Muchas empresas que antes miraban a otras regiones para innovar en tecnología, ahora apuestan por el talento local, pues tienen capacidad y está en algunos casos, traspasa fronteras”, dice convencido.
Cuando inició el proyecto de Apselom, César siempre imaginó que sería algo grande y que ayudaría a crecer a muchas personas, aunque su padre lo imaginaba trabajando en un banco y su madre lo veía en una cervecería. “La idea siempre fue ser grandes, muy grandes y nunca la abandonamos. Así fue que el ‘trabajito’ para pagar cuentas, alcanzó el potencial para cambiar el mundo”, remarca.